Las guerras
civiles.
Con la terminación de las guerras de conquista no concluyeron los
conflictos. En la misma década de los treinta se dieron enfrentamientos entre
los conquistadores. Pizarro, nombrado marqués por el Rey de España, disputó con
Almagro el control del Cuzco y de todo el Perú. En 1538 Almagro fue derrotado y
ejecutado. Su hijo encabezó una revuelta, asesinó a Francisco Pizarro en 1541 y
tomó el poder. Las autoridades españolas comisionaron a Vaca de Castro para que
pacificara la región. El joven Almagro no quiso someterse a la autoridad del
comisionado, que lo venció en Chupas[1]
en 1542. Luego fue ejecutado.
La respuesta de la corona fue intentar una negociación con los colonos
recién llegados, que tenían expectativas de nuevos privilegios y estaban
enfrentados a los encomenderos. Al mismo tiempo trató de no aplicar las
conflictivas leyes, cediendo cierto manejo de los asuntos americanos a los
colonos, a cambio de consolidar la autoridad central. Se designó al clérigo Pedro de la Gasca[2],
que anunció que el Rey cedía a las demandas de los colonizadores y logró
levantar una fuerza importante. Las ciudades y villas plegaron a su autoridad.
En Quito, fue asesinado el gobernador Puelles, dejado por Pizarro. Los dos
ejércitos se enfrentaron en Jaquijaguana, cerca del Cuzco, a inicios de 1548.
Pizarro fue derrotado y ejecutado con sus tenientes. Triunfó de este modo la
causa de la corona, aunque al precio de concesiones al poder local.
Colonización
Inicial.
La institución básica del período fue la encomienda, que consistía en el
encargo que hacía la corona a un colono español, que era el encomendero, de un
grupo de indígenas, para que los catequizara. Para esta labor, el encomendero
pagaba a un doctrinero o eclesiástico que tenía a su cargo la evangelización.
Los indígenas debían pagar un tributo a la corona y, como pago del beneficio de
la cristianización, quedaban obligados a prestar servicios al encomendero o a
darle dinero. Así se estableció un mecanismo de extracción de excedentes en
forma de trabajo e impuestos, y un instrumento de control ideológico de las
masas indígenas, que fueron catequizados por el clero.
Entre la década de 1530 y 1590 se extiende un período de asentamiento del
poder colonial en el que, por una parte, se establece el sistema hispánico
(fundación de ciudades, diócesis, audiencias, etc.), y se consuma, por otra, la
dominación de los pueblos aborígenes. Todo esto se da bajo condiciones del
encuentro de dos sociedades: la metropolitana que estaba inmersa en la
transición del orden feudal al capitalista en Europa; de otro, la indígena, que
experimentaba una aguda crisis de las formas aborígenes de organización social
que precipitaron su derrota.
Organización
administrativa.
Luego de la conquista militar se institucionalizó el poder colonial,
pasando de este modo paulatinamente al mandato directo. Las ciudades hispánicas
se fundaron desde el inicio: Quito (1534), Portoviejo y Guayaquil (1535),
Popayán y Cali (1536), Pasto (1539), Loja (1548), Zaruma y Zamora (1550),
Cuenca (1575), Baeza (1559), Tena (1560), Riobamba (1575). En estas villas o
ciudades propiamente dichas se estableció un cabildo representante de los
intereses dominantes locales, que cumpliría un papel crucial en el régimen
colonial. El cabildo de Quito, asiento también del gobernador nombrado por el
Rey, asumió funciones de reparto de tierras y organización de servicios.
Además de las ciudades de fundación española, se conservaron en las
tierras de la Audiencia de Quito varios asientos indígenas. No solo en este
aspecto se dio continuidad a la sociedad indígena, ya que la prevaleciente
“Legislación de Indias” mantuvo una división entre la República de blancos, que
agrupaba a los colonos y la República de indios, que mantenía sus elementos
comunitarios constitutivos e inclusive sus autoridades étnicas, como los
caciques, asimilados a la burocracia para efectos de gobierno y recaudación de
impuestos. Durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo en el Perú
(1569-1581) se realizaron fundamentales reformas administrativas y fiscales que
consolidaron el poder colonial en todo el Virreinato y en la Audiencia de
Quito.
En 1592 y 1593 se produjo la Rebelión de las Alcabalas contra la
aplicación de un impuesto que afectaba al comercio local. Al fin triunfó una
vez más la corona, pero se mantuvo una suerte de equilibrio de fuerzas entre
ella y los poderes locales.
[1] Batalla de Chupas fue un combate que enfrentó a los realistas (leales a la
corona española) dirigidos por el Visitador Cristóbal Vaca de Castro, contra
los almagristas (rebeldes) comandados por Diego de Almagro el Mozo. Se
desarrolló en la llanura de Chupas, cerca de Huamanga (actual región de
Ayacucho, Perú), el día 16 de septiembre de 1542. El resultado de la batalla
fue la derrota completa de los almagristas y la captura posterior de Almagro el
Mozo, quien fue juzgado y condenado a muerte. Fue la batalla más sangrienta de
la Guerra civil entre los conquistadores del Perú.
[2] Nombrado en 1546
presidente de la Real Audiencia de Lima con la misión de debelar la rebelión de
Gonzalo Pizarro en el Perú, cumplió a cabalidad su cometido, pasando a la
historia con el apelativo de Pacificador. Hizo luego un ordenamiento general
del Virreinato. Culminó su brillante carrera como Obispo de Palencia y luego de
Sigüenza.
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