PRIMER PERÌODO: EL PROYECTO NACIONAL CRIOLLO.



La sociedad y el poder.
Aunque para el Ecuador la independencia significó una seria ruptura y un rápido cambio político, muchos rasgos de la sociedad colonial sobrevivieron más allá de la fundación de la República. El fuerte sentido corporativo y estamentario continuó sobre las fórmulas republicanas; se mantuvo la discriminación racial y la exclusión de la mujer de la vida política. Los rasgos aristocratizantes continuaron articulando las relaciones sociales, la cultura y la ideología. Tradiciones paternalistas siguieron rigiendo las relaciones sociales. Solo el paso del tiempo y el agudizamiento de la lucha social provocaron cambios significativos posteriores.
Desde el primer momento de la vida del Ecuador, se patentizó una tensión y enfrentamiento entre las oligarquías regionales dominantes, especialmente de la Costa y de la Sierra. Desde luego, ambas tenían intereses comunes pero también existían muchos motivos de tensión, como el control de la mano de obra, siempre escasa en el litoral; y la mantención de medidas aduaneras proteccionistas que defendían la producción textil serrana, pero limitaban el comercio. El conflicto irresoluto convirtió al ejército (controlado por los veteranos de la independencia) en ámbito de la lucha por el poder. Alrededor de sus jefes se generaron las alianzas caudillistas[1] de la época. En la organización del nuevo Estado, la mayoría de la población quedó al margen de la participación política. Los congresos y órganos de gobierno eran frutos de una participación electoral limitada al reducidísimo grupo de notables propietarios. Detrás de las fórmulas republicanas sobrevivía una sociedad jerarquizada, estamentariamente estructurada, en la que la autoridad se justificaba por “derecho divino”. Los notables latifundistas se veían como continuidad hispánica y sostuvieron un proyecto nacional criollo.
Frente a un Estado central débil, las instituciones del poder local y regional eran sólidas. La descentralización era la norma prevaleciente. En las haciendas y los complejos productivos que funcionaban a su alrededor se daban muchas decisiones y hasta se mantenían prisiones privadas. Las instituciones regionales, principalmente los municipios, controlaban la educación inicial, servicios, obras públicas, beneficencia y administración de justicia en primera instancia. Corporaciones autónomas que manejaban los notables, cobraban impuestos. Al Estado central le quedaba el manejo del Ejecutivo, las escasas relaciones internacionales, el congreso, las altas cortes, la fuerza pública, un reducido plantel burocrático y la recaudación de algunas rentas.
Los ingresos fiscales, provenientes en buena parte de la contribución o tributo indígena, estancos y diezmos[2], se gastaban en el mantenimiento del ejército, el clero y la alta burocracia. La Iglesia, heredera de su poder colonial, tanto económico como ideológico, siguió inserta en el Estado republicano, que reclamaba sobre ella el derecho de patronato, o sea de controlar los nombramientos de la jerarquía, a cambio de mantener a la religión católica como oficial y excluyente, financiando a sus ministros y garantizando sus prerrogativas y propiedades. Al ser reconocida como oficial la religión católica, la Iglesia mantuvo bajo su control: el registro de nacimientos, matrimonios y muertes; el púlpito que era un medio generalizado de comunicación; y la mayor parte del sistema educativo, por cierto muy precario y dedicado solamente a una porción bajísima de la población.
La mantención de la esclavitud de los negros y del tributo indígena hasta la década de los cincuenta fue síntoma de la continuidad colonial en la relación con los pueblos indios y afro ecuatorianos. Las comunidades vieron más que antes invadidas sus tierras comunales y reforzadas los mecanismos de sujeción al latifundio

Fundación del Estado (1830 – 1859)
Juan José Flores, general nacido en Venezuela, que había desempeñado la función de jefe de Distrito del Sur, fue designado presidente del nuevo estado por la Asamblea Constituyente de Riobamba. Una vez en el poder Flores se dedicó a consolidar una alianza de gobierno entre el tradicional gamonalismo[3] latifundista de la Sierra, al que se había vinculado por matrimonio, los terratenientes de Guayaquil y los altos mandos del ejército, integrados en su gran mayoría por extranjeros. El Floreanismo, como se llamo popularmente a su clientela caudillista, recogió la tradición conservadora del bolivarianismo.
Flores controló el gobierno directa e indirectamente desde 1830 a 1845. En 1832 incorporó oficialmente las Islas Galápagos al Ecuador. Su mandato se caracterizó por la revuelta permanente, el desbarajuste administrativo, dos guerras con Nueva Granada (como entonces se llamaba la actual Colombia) y el abuso de los soldados, dueños del país. Ni el esfuerzo organizador y sistematizador de Vicente Rocafuerte, que llegó a la presidencia de la República (1835 – 1839) mediante un pacto con su enemigo Flores, pudo superar estas realidades. Cuando el caudillo se hizo elegir presidente por una segunda y hasta una tercera vez, y puso en vigencia la carta de esclavitud (1843), una constitución que establecía la dictadura perpetua, la reacción nacional acaudillada por la oligarquía guayaquileña lo echó del poder (1845). Flores pasó los años siguientes organizando invasiones al Ecuador con mercenarios extranjeros al servicio de España y el Perú.
En los primeros años de la etapa “marcista” (llamada así por la revuelta anti floreana fue en marzo de 1845), gobernaron los civiles guayaquileños: Vicente Ramón Roca (1845 – 1849) y Diego Noboa (1849 – 1850). Una de sus principales tareas fue enfrentar el peligro de las invasiones de Flores. A inicios de los años cincuenta un nuevo conflicto de poder no resuelto dio espacio para un nuevo arbitraje militar. El hombre fuerte del ejército, general José María Urbina, fue proclamado dictador. Luego fue elegido presidente Constitucional por una nueva Asamblea Nacional (1852 – 1856). Urbina consolido la alianza entre la oligarquía latifundista y comercial costeña con las Fuerza Armadas, y llevó adelante un programa de corte liberal que promovió apertura económica y el comercio e incluyó la abolición de la esclavitud, la supresión del tributo indígena y medidas a favor de los campesinos serranos. Todo esto generó una feroz reacción del latifundismo tradicional que declaró la guerra al urbinismo.
Una desastrosa negociación de la deuda externa y el intento de arrendar Galápagos a extranjeros fueron motivos para que la oposición contra el general Francisco Robles, heredero de Urbina, adquiriera fuerza. Diversas revueltas seccionales provocaron en 1859 una crisis de disolución. En Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja se formaron gobiernos autónomos. El Perú ocupó varios territorios y bloqueó el puerto principal. Los países vecinos negociaban la participación del país. Llego un momento en que todo el sistema pudo venirse abajo con el peso de las contradicciones entre las oligarquías regionales. Luego del fracaso de varias alternativas, en la que se planteó convertir al país en un Protectorado[4] de Francia, la aristocracia[5] quiteña, con Gabriel García Moreno a la cabeza, ayudado por Flores, logró triunfar en la Sierra, tomar luego Guayaquil y reconstituir el Estado ecuatoriano.
Consolidación del Estado Oligárquico Terrateniente (1860 – 1875)
Durante tres lustros, de 1860 hasta 1875, la figura de García Moreno dominó la escena nacional. Al margen del debate desatado alrededor de su compleja personalidad, es preciso afirmar que las condiciones objetivas del país determinaron el carácter básico de esta etapa, en la que se consolida el Estado Oligárquico Terrateniente en el Ecuador. El incremento de las exportaciones de cacao y la vinculación más estrecha del país al mercado mundial exigían un esfuerzo de modernización y centralización que no podía llevarse adelante si las oligarquías regionales no llegaban a un acuerdo que, sin abolir sus contradicciones, estableciera ciertas reglas para el control del poder. García Moreno fue la expresión de esta alianza entre fracciones de la clase dominante, orientada a una racionalización de la estructura y una articulación de las desparramadas regiones en cierto marco de unidad.
El programa garciano refleja el carácter de esa alianza de consolidación estatal. Mediante la renegociación de sistemas de la recaudación fiscal, se logró centralizar y administrar con mayor eficiencia buena parte de las rentas públicas.
Así, en octubre de 1860, el gobierno de García Moreno faculta el funcionamiento de una Caja de Amortización, creada para emitir billetes. Al mismo tiempo, el español Manuel Antonio de Luzárraga logró fundar otro banco por esa misma fecha, la cual el gobierno autorizó a emitir billetes. Luego fue fundado el Banco Particular. Hubo otros proyectos que, pese a que fracasaron, demostraron el ambiente favorable de la época para la instalación de bancos. En ese contexto se trató de crear un banco para el rescate de la moneda, se proyectó el Banco Municipal de Guayaquil (1862). La circulación de los billetes complicó más el panorama monetario del país porque eran papeles sin ningún respaldo económico y equivalían a un vale o recibo de papel ordinario, cuando las moneas preferidas eran las de oro y la plata. Por esta razón el Banco de Luzárraga  en mayo de 1865, expresaba su intención de dar por terminada la circulación de billetes y de cerrar sus puertas.
El congreso de 1865, ante la necesidad de fondos y de amortizar los billetes de circulación forzosa, dio la autorización para la creación de un banco. Con este respaldo legal en 1867 un grupo de inversionistas encabezado por el comerciante peruano Aníbal González propuso al gobierno la fundación del Banco del Ecuador.
Con el impulsó dado al desarrollo de los bancos, se controlaron las emisiones monetarias, poniéndose, al mismo tiempo, las bases del endeudamiento crónico con el sistema financiero. Las obras públicas se construyeron por primera vez en forma planificada y su crecimiento fue notable. Se crearon nuevas escuelas, colegios, institutos especializados y centros de Educación Superior como la Escuela Politécnica Nacional. Se fundó el Observatorio Astronómico. El ejército fue reorganizado y modernizado. En suma: el Ecuador comenzó a ser un país organizado, mejor comunicado y con un creciente nivel de escolarización.
Pero estos cambios no podían efectuarse sin la protesta de grupos de la propia oligarquía y fundamentalmente de sectores populares afectados por la racionalización del sistema. Por eso, el programa garciano se llevó adelante dentro de las condiciones de represión más duras que se hayan conocido en nuestra historia. El fusilamiento, los azotes, la cárcel y la repatriación fueron cosas de todos los días. Aún más, como el caudillo se dio cuenta que el apoyo de la Iglesia católica podría ser un instrumento de consolidación de su programa, negoció con el Vaticano un Concordato[6] que estableció el monopolio del clero sobre la educación, la cultura y los medios de comunicación. Muchos religiosos fueron traídos desde Europa para llevar adelante un ambicioso programa educativo y para reformar, en forma represiva, los conventos nacionales donde se había refugiado la protesta.
García Moreno gobernó al Ecuador entre 1860 y 1865. Constitucionalmente lo sucedió Jerónimo Carrión, que, a pesar de ser hombre de su confianza, no pudo mantener el régimen autoritario y fue forzado a renunciar. Su sucesor, Javier Espinosa, tampoco pudo gobernar de acuerdo con los dictámenes garcianos y fue derrocado por el propio García en 1869. En ese año se inició la segunda administración del hombre fuerte que se extendió hasta 1875. El nuevo período comenzó con la aprobación de una Constitución de tipo confesional excluyente (establecía que para ser ciudadano se requería ser católico) que daba al gobernante poderes dictatoriales. Sus opositores la llamaron Carta Negra. El régimen se asentó en el apoyo del clero, que tuvo su expresión más visible en la consagración oficial de la República al Corazón de Jesús.
El programa garciano descansó sobre una contradicción. Por una parte impulsó la modernización y consolidación estatal, estimuló la producción y el comercio, desarrollo la ciencia y la educación; por otra, impuso una ideología reaccionaria excluyente y represiva, con la dictadura clerical – terrateniente. Así fue como todo el proyecto saltó en pedazos cuando García Moreno fue asesinado el 6 de agosto de 1875. Y si bien durante un tiempo la tradicional oligarquía serrana tuvo el control del poder, las reformas favorecieron, a la larga, a la oligarquía costeña, en cuyo seno se iba definiendo una nueva clase, la burguesía comercial y bancaria.
Auge y caída del Estado Terrateniente (1875 – 1895)
Desde los años setenta, y especialmente desde el inicio de los ochenta, el Ecuador experimentó un acelerado crecimiento económico, debido fundamentalmente al aumento de la producción y exportación del cacao. La fruta se había venido produciendo tradicionalmente en plantaciones de la Costa, sobre todo del Guayas y de Los Ríos. Las plantaciones funcionaban a base del trabajo asalariado de grupos de jornaleros, y de redentores, jefes de familia que cultivaban la fruta en tierras del latifundista y le entregaba sus cosechas de cacao en pago de una deuda. Esta relación de corte precapitalista no solo permitía una producción cacaotera abundante y barata, sino que ampliaba constantemente la extensión de las plantaciones. El cultivo y la comercialización del cacao incrementaron el poder económico de los terratenientes y de manera especial de los comerciantes y banqueros de Guayaquil. Se establecieron varios bancos  y casas de comercio. La ciudad creció rápidamente. También se profundizó la inserción de la economía del país en el sistema económico mundial. Los representantes del intercambio y el capital internacional empezaron a interesarse en el Ecuador.
La etapa comprendida entre 1875 y 1895 se desenvolvió en repetidos intentos de superar la contradicción entre el poder político y económico, heredada del régimen garciano. La oligarquía latifundista y su aliada la Iglesia, lucharon por conservar el poder. Las élites guayaquileñas, en cambio, en la medida de que se consolidaban el control de la economía nacional, reclamaban mayor injerencia en la dirección del país. Intentos por superar, o al menos equilibrar, este conflicto se sucedieron en esos años. Primero un gobierno aperturista, luego la dictadura, y por fin una suerte de camino medio, que terminó por fracasar.
En 1875 fue electo presidente Antonio Borrero, candidato de moderados y radicales frente al garcianismo sucesorio. Borrero fracasó en la búsqueda de una salida para sustituir la Carta Negra. Ante esto, la oposición encabezada por la oligarquía costeña promovió la dictadura del general Ignacio de Veintimilla. Instalado en el poder, luego de vencer militarmente la resistencia serrana, Veintimilla inició su gobierno con medidas liberales que enfrentaron a la Iglesia. Tiempo después, ya elegido presidente constitucional, cambió su actitud y realizó un gobierno oportunista y estéril, que desperdició una coyuntura de particular auge económico.
Cuando Veintimilla concluyó su período y se lanzó a una nueva dictadura, una especie de cruzada nacional llamada, la Restauración, lo echó del poder.
Entonces se definieron las fuerzas políticas. El garcianismo se reorganizó como amplia coalición cuando en 1883 se fundó la Unión Republicana, pero desde el inicio se dio una división entre los ultramontanos[7], que luego adoptaron el nombre de Partido Católico Republicano, y los progresistas, de orientación liberal católica. Las fuerzas laborales se bifurcaron también. De un lado emergió la figura de Eloy Alfaro con su opción radical montonera[8]; se estructuró una corriente moderada que en 1890 constituyó el Partido Liberal Nacional. Así comenzaron las incipientes instituciones políticas en el país, aunque la definición de los modernos partidos tomaría varias décadas. Al mismo tiempo, a finales de siglo XIX, la penetración de bienes importados afectó al artesanado, que reactivó su presencia pública y constituyó organizaciones que cumplirían un importante papel en la movilización popular.
Con el triunfo de José María Plácido Caamaño en la constituyente de 1884, tomó fuerza una alternativa tercerista, el progresismo, que favorecía la rápida adaptación del país a las nuevas condiciones del sistema internacional, evitando al mismo tiempo la separación de la Iglesia y el Estado. El gobierno de Caamaño enfrentó la insurrección de las montoneras, realizó varias obras públicas e impulsó la represión. En el de su sucesor Antonio Flores (1888 – 1892) se aceleraron cambios modernizadores y también los conflictos que definieron la etapa: reforma del régimen bancario, sustitución del diezmo, renegociación de la deuda externa, contratos ferrocarrileros. En esos años se inauguró el servicio del telégrafo.
En el gobierno del último progresista, Luis Cordero (1892 – 1895), la fórmula liberal – católica llegó a su límite. La presión de conservadores y liberales quitó espacio a una alternativa que no pudo afrontar las definiciones radicales. Cuando por un negociado de Caamaño, entonces gobernador del Guayas y hombre fuerte del régimen, a la oposición acusó al gobierno de haber vendido la bandera, Cordero cayó. Semanas después, el 5 de junio de 1895, se proclamó en Guayaquil la Jefatura Suprema de Eloy Alfaro. Con ellos se inició la Revolución Liberal.
Además en el año de 1885 se adopto al Sucre como unidad monetaria del Ecuador.



[1] Caudillo: Es un líder ya sea militar, político o ideológico.
[2] Estancos y diezmos: Estancos es el monopolio de la producción de un determinado bien asumido por el Estado u otorgado a particulares a cambio de un ingreso al fisco. En pocas palabras son los impuestos. Los diezmos son los impuestos que se debían pagar a los reyes o gobernantes. El diezmo es el diez por ciento de todas las ganancias.
[3] Gamonalismo: Es el potentado de una región que detenta el poder político y económico en un entramado de relaciones de dominación, que parten de la concentración de la propiedad de la tierra, el control de la intermediación comercial y relaciones entre empresas que operan en la localidad.
[4] Protectorado: Es una modalidad de administración de territorios que o puede hacerlo por su escasa institucionalización y soberanía.
[5] Aristocracia: Significa el gobierno de los mejores, es una forma de gobierno  en la que el poder soberano radica en un número reducido de personas.
[6] Concordato: Es un acuerdo entre la Iglesia y el Estado para regular  las relaciones entre ellos en materia de mutuo interés.
[7] Ultramontanos: aquellas personas o grupos católicos que sostienen posiciones tradicionalistas, apegadas a la línea doctrinal.
[8] Los montoneros: son las unidades militares de extracción rural, generalmente de caballería, conducidas por los caudillos locales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario